Fermín Leizaola, una vida de curiosidad
Fermin Leizaola ha dedicado seis décadas a la investigación y modo de vida de los pastores y baserritarras
Amaia Núñez Yarza
A veces una casualidad lleva a la otra y cuando un joven Fermín Leizaola se inscribió en el grupo de Ciencias Naturales Aranzadi, poco podía prever el fructífero recorrido que ha realizado. Con 16 años, «cuando se hacía el rito de pasar de pantalón corto al largo», se presentó en la sede de la asociación que en aquella época estaba en el Museo San Telmo y dependía de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País. Seis décadas más tarde, es uno de los etnólogos más destacados, principalmente por su trabajo en relación al pastoreo y la vida de los caseríos.
En su juventud estaba interesado en la geología y la espeleología, pero al no haber sección en marcha, la persona que hacía las veces de secretario le invitó a unirse a la de prehistoria, porque hacían excavaciones en cuevas. Así se encontró en su primera reunión a los quince días de inscribirse con los nombres propios del momento: Jose Miguel Barandiarán, Tomas Atauri Mantxola, Manolo Laborde Werlinden, Francisco Fernandez García de Diego, Perico Espada… Leizaola era el más joven con diferencia, «Barandiaran me sacaba a mi sesenta años más o menos», recuerda. «Me quedaba admirado con las cosas que decían».
En aquella época la sección estaba inmersa en la limpieza y siglado de las piezas que Barandiarán había dejado en 1936 al empezar la guerra, cuando estaba excavando la cueva de Urtiaga, en Deba. Mientras estudiaba Bachillerato, dos o tres tardes a la semana ayudaba a limpiar y clasificar las piezas, principalmente huesos y lascas de silex. «Había miles, De vez en cuando aparecía Barandiaran que nos explicaba cosas que para mi eran una maravilla».
Así, al año y medio de su ingreso decidió reanimar la sección de espeleología, para lo que escribió una carta a unas 45 sociedades de montaña que había en Gipuzkoa y después de una reunión explicativa, formó un grupo con una docena de personas. Su idea era continuar con el catálogo espeleológico de Gipuzkoa que había comenzado Jesús Elosegi Irazusta.
Vivir el pastoreo
Cada fin de semana localizaban de tres a seis cuevas. «Para saber el nombre de la cueva preguntábamos en el caserío de al lado» y de ahí surgió su interés por la etnografía. «A mi me gustaba mucho el monte y sobre todo andaba con pastores y hablaba con pastores», explica de la que ha sido su principal trabajo en Aranzadi. Para ello, asistió a varios cursos de etnografía que impartió Julio Caro Baroja. Él y Barandiarán «fueron mis maestros».
«Yo soy un hombre de ciudad, para mí fue un choque con el mundo de los baserritarras de hace 65 años. Te abrían la puerta, he dormido en caseríos sin conocerles de nada, eso es inverosímil ahora», recuerda.
Pero el trabajo en Aranzadi era más afición, ya que trabajaba de analista químico, haciendo análisis de materiales de construcción. «De ahí sacaba el dinero que gastaba en las investigaciones», indica. «Tengo dos hijas. Mi mujer ha aguantado muchísimo. Es muy complicado salir domingo tras domingo a hacer una investigación». Algo que en parte heredó en casa: «He tenido la suerte que mi padre era una persona que también le gustaba mucho la investigación, los libros… era ingeniero. No se dedicaba a esto, pero estaba acostumbrado a tener muchos libros en la biblioteca. Mi madre lo mismo».
Además, ha completado su labor formando una colección de materiales etnográficos con más de 4.000 piezas, que están terminando de inventariar y de ahora en adelante se conservará en Gordailua. Esas piezas son tanto de pastores que se las han regalado, como adquisiciones tanto en Gipuzkoa como fuera, también en el extranjero. Pero siempre relacionadas con los temas que investigaba.
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