El mundo de las radios
Julián Cordero conserva una colección de radios antiguas que restaura y mantiene en funcionamiento
Amaia Núñez Yarza
Puede que la afición por las radios antiguas le venga de familia, pero Julián Cordero ha creado una colección propia desde joven. Su padre, Vicente, se dedicaba a arreglar radios y con él comenzó a trabajar a los catorce años. En la tienda reparaban radios de la época, aunque también construían algunas. «La caja la construían en Irun, Unión Radio Irun, y luego se compraba todo el material y se montaba», recuerda de sus inicios.
Ha vivido de cerca la evolución de las radios, -«mi padre compró una radio el día que yo nací. Se hizo con dos joyas», comenta riendo-, y como es habitual, la necesidad de mejores aparatos fue poniendo una tras otra en sus manos. «Cuando lo de Txiki y Otaegi aquí no se sabía nada y había que escuchar radios extranjeras, Londres, Paris… Radio Euskadi-Euskadi Irratia que transmitían desde las selvas», explica de sus comienzos. «Buscamos una radio buena, y luego otra, y otra», hasta que sin querer inició su propia colección «a lo tonto».
Su colección se compone de piezas desde la década de 1920 hasta los años 50. La mayoría adquiridas en mercadillos, «y algún anticuario también», aunque estos eran más caros. En la mayoría de los casos, Julián Cordero se hacía con los aparatos en mal estado, «más baratos», y gracias a su trabajo de reparación, tiene todas en funcionamiento «con garantía». «Tienes que trabajar en ellas, pero así quedan».
En aquella época las radios eran medios de comunicación y de diversión. Aunque no había la variedad de emisoras de ahora. «La primera de España fue en Barcelona. En San Sebastián la octava, EAJ8 Radio San Sebastián», indica. Por lo demás, cada época tenía sus modelos de calidad. «Los alemanes en los años cincuenta eran los mejores; en los años 20 los franceses, no había otros, era lo que había; en los años 30 los americanos».
Para la reparación, al no tener partes electrónicas como en el caso de las modernas, los repuestos no son un problema para él. «Tengo bastantes y, si hay algún transformador o alguna cosa, hay que hacerlo. Nuestros abuelos lo hacían, ¿cómo no lo vamos a hacer nosotros? No somos menos», indica.
De todas las radios que han pasado por sus manos, son pocas las que ha vendido. «Es como si te quitaran algo», ya que son piezas en a las que ha dedicado mucho tiempo y durante años han formado parte de su colección.
Aunque cada vez compra menos, si le surge la oportunidad no lo duda. Su última adquisición ha sido una pequeña radio blanca, «una pocholada». En casa entienden su afición, aunque asume que en su familia nadie la continuará.
Las radios antiguas funcionaban la mayoría a pilas, ya que en los años 20 no había corriente eléctrica en las casas. Eran pilas grandes, con onzas de zinc. En los huecos echaban agua con ácido y «la acción del ácido en el zinc crea corriente. Luego se podían rellenar, pero esto duraba años», explica. También había radios de galena, «no se enchufaban a ninguna parte. Solo cable a tierra y a escuchar. Ecológica».
Una vez que entró el suministro eléctrico en las casas, las radios también se ajustaron a los diferentes voltajes. Cómo no había tanta producción, los mismos se fabricaban para ajustarlos a la corriente de cada país. «Este aparato de 1933 tiene desde los 80 voltios hasta 240. Tiene un enchufe con una regleta y vas cambiando la tensión interiormente», indica sobre una de las antigüedades. Además, solían utilizar un voltímetro, ya que «había mala corriente, andaba para arriba y abajo y con esto se regulaba. Y a pesar de eso, «con esto era la gente feliz».