Faros, los guías del mar

Faros, guia del mar. En la imagen, el faro de Igeldo. L.M. Núñez

Faros, los guías del mar

Los faros han dirigido la navegación y entrada de las embarcaciones a los puertos en los últimos siglos

Amaia Núñez Yarza

Con las nuevas tecnologías que guían a cualquiera a llegar al destino, puede parecer que los faros que iluminan el mar sin descanso podrían desaparecer. Pero nada más lejos de la realidad, ya que son una guía indispensable para los barcos que quieren entrar en los puertos.

En la costa vasca actualmente hay trece faros, desde Biarritz hasta Punta Galea. Hoy en día están todos electrificados y automatizados, pero realizan una importante función de guía ininterrumpida tanto de día como de noche.

Lo que sí ha desaparecido casi es la profesión de farero. Hoy en día quedan dos profesionales en la costa vasca, uno en Gipuzkoa y otra en Biz-kaia. De aquellos edificios perdidos en la costa donde vivía el farero y su familia, en parte aislados, queda poco más que el recuerdo.

La mayoría de los faros son edificios construidos a mediados del siglo XIX. Los primeros ‘faros’ eran hogueras que se encendían en acantilados y zonas cercanas al mar, para dar a conocer a los barcos la cercanía de un puerto. «Algunos estaban más arriba, otros más abajo.

En algunos vieron que era necesario modificar la situación y a veces ha quedado un resto, como en el caso de Matxitxako», explica la arqueóloga Ana Maria Benito, apasionada del tema desde joven y que ha estudiado junto a Javier Mazpule el tema. Otros ejemplos son el de Igeldo, en la torre del parque de atracciones, «le llamaban la farola»; o en Hondarribia, del que no quedan restos del edificio primigenio que estaba situado más arriba.

El más antiguo de los que aún quedan en funcionamiento es el de Punta Galea, que se encendió por primera vez en 1852. El más nuevo también es vizcaíno, de Gorliz, de 1990. «En los antiguos tenemos la casa, con almacén, y la torre con la linterna. El de Gorliz es moderno, sin casa, solo tiene la torre», explica.

De entre los faros que han estudiado, destacan por ejemplo el de Arriluze, en Getxo. «Fue un antiguo faro. Es un edificio precioso y fue la primera estación de salvamento marítimo. Hoy en día sigue siendo base de salvamento», detallan.

Algunos de los faros están situados en atalayas que en su día sirvieron también para divisar ballenas. «Esas atalayas tan bien ubicadas en la costa servían también para señalizar al de tierra si venían ballenas, y al del mar para que accediera bien, para que vieran si allí había algunos bajos, si era una zona difícil, una zona de roca… ya desde esa época». Antes de electrificarse, en los faros utilizaban diferentes combustibles, como aceite, parafina, etc.




Para realizar su función, cada faro tiene una señal diferente. «Una especie de código Morse, va con ocultaciones, haz de luz y segundos. Hay un libro de faros que se lleva en el barco y con eso sabes cuál es el que ves», indica Javier Mazpule. Los faros siempre tienen luz blanca. Las demás luces que se pueden ver en la costa son balizas que indican por dónde pasar para evitar zonas peligrosas y también semáforos que dan el paso de entrada y salida del puerto. El haz de luz que emiten los faros también es diferente y algunos se pueden ver desde alrededor de 25 millas, a casi 40 kilómetros.

Al haber perdido la función de casa del farero, en algunos casos se están remodelando. «En Bretaña hay algunos que se han convertido en museos, donde en la zona de vivienda del farero te explican la historia de los faros. En Lekeitio también tienen un Centro de Interpretación muy bueno». Ellos abogan por la reutilización de estos edificios para dar a conocer la historia, pero sin que pierdan su esencia.


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