Luis Mari Sagredo, una vida en la montaña
Desde paseos por el monte hasta escalada, Luis Mari Sagredo ha dedicado su vida a este deporte
Agurtzane Núñez Yarza
«Supongo que aprendí mucho de mi hermano mayor, igual que mi hermano pequeño también me siguió a mí», reflexiona Luis Mari Sagredo. Desde muy joven tiene recuerdo de ir al monte, siguiendo los pasos de lo que veía en casa, y que le han llevado a coronar en numerosos países, pero también a escalar montañas y adentrarse en cuevas.
Sus primeros recuerdos son con unos quince años, cuando un grupo de chavales fueron a Isaba y Belagua. «El autobús nos dejó en Isaba y fuimos andando hasta Belagua, donde los curas tenían una casa y una capilla en la venta de Arrako. El primer día, me acuerdo que como teníamos tiempo, subimos hasta la Paquiza de Linzola, y se nos hizo de noche. Fue toda una aventura inolvidable».
Una aventura que lejos de ahuyentarle, le enganchó. «En el monte nunca he pasado miedo», indica, y eso que ha visitado todo tipo de cimas. «Escalando solía ser siempre el primero de cuerda, detrás mío venían los demás, pero nunca he tenido miedo, siempre me he atrevido con todo», y añade «ahora hablas con los chavales y suben y se caen. Yo no me he caído nunca, ni he ‘volado’».
Solo recuerda una vez que estuvo a punto de ‘volar’, de tirarse porque no veía cómo seguir subiendo, en el Tozal, en Ordesa. «Le dije a mi compañero que me iba a tirar, y me dijo ‘no te tires porque he sacado la clavija con la mano’. Era un paso bastante delicado, muy expuesto a unos 150 metros», cuenta ahora entre risas.
La hazaña terminó bien. «Nos habíamos metido por la vía equivocada, más complicada. Al final tuve que bajar por donde había subido, para meter un clavo mejor. Además, empezó una tormenta, pero como es plomado, no nos mojábamos; aunque cuando tronaba, caían piedras. Pero no hubo más problema», cuenta.
En aquellos tiempos, hace casi 50 años, la escalada estaba ya bastante avanzada en medios técnicos, aunque no había los materiales de hoy en día. «Hacíamos escalada clásica, la de toda la vida, con lo que había: zapatillas, chirucas… no era lo de la época anterior que iban con alpargatas y cuerdas de cáñamo. Teníamos cuerdas de nailon, pero no había ni buriles y extendedores, ni casi nada. Cada uno se hacía sus propias clavijas, porque las que se compraban eran caras, y solíamos llevar de las dos», recuerda.
Las salidas en las que ha participado siempre han sido con amigos, que les han llevado tanto a picos cercanos como a algunas montañas para montañeros experimentados. «Hemos estado en el Tozal, en las Dos Hermana, o en el Naranjo de Bulnes, que lo sacamos al tercer intento», relata Sagredo.
También ha estado en Europa. «He estado varias veces en los Alpes; en una de ellas, fuimos en el 600 de un amigo al Mont Blanc. Después quisimos hacer el Cervino, pero no pudimos subir porque había muerto un montañero. En otra ocasión, fuimos con mi R8, y al volver les dije ‘¿Por qué no vamos a Yugoslavia?’, en aquella época todavía se llamaba así, y subimos al Triglav, el monte más alto, en Eslovenia», recuerda.
El monte Kenia
No sólo ha conocido lo más cercano a casa. Cuando era joven, con un grupo de amigos montañeros organizaron una expedición a Kenia, a la que llamaron ‘Nelión 78’. «Fuimos unas 18 personas. Pensábamos ir al Kilimanjaro, pero por los conflictos que había, al final fuimos al monte Kenia. Estuvimos en varias reservas de safari, y en Masai Mara, y los más avezados escalamos el monte».
El monte Kenia tiene más de 5.000 metros, una cima importante para ellos aunque ya eran experimentados montañeros para entonces. «Contratamos porteadores, pero las mochilas que pesaban más de 18 kilos no las llevaban, nos las daban a nosotros. Cometimos el error de al empezar a escalar dejar las mochilas abajo, y cuando llegó la noche, pasamos mucho frío», destaca. Y es que «en la noche tropical, oscurece en poco tiempo, son doce horas de día y doce de noche. Sacamos lo que teníamos en las mochilas y metimos los pies allí, porque igual hacía menos veinte grados. Queríamos haber llegado al refugio, pero estaba más arriba, casi en los 5.000 metros. Mi compañero pasó bastante miedo, pero no pasamos ningún peligro. Al día siguiente ya ascendimos y bajamos. Fue una experiencia super bonita».
Sus últimas expediciones tenían como objetivo los montes de 3.000 metros. «Empecé con un amigo, nos propusimos hacer los tresmiles. Hicimos unos 200 y luego lo dejamos porque el compañero empezó con problemas de rodilla. Y también tuvimos un accidente, un montañero de Logroño se cayó y tuvo un accidente muy grave, le ayudamos a él y su compañero, y aunque no murió, las mujeres nos pidieron dejarlo».