San Adrian, testigo en el tiempo
Este paso natural guarda vestigios de más de 15.000 años
Amaia Núñez
Durante cientos de años el túnel de San Adrian fue casi el único paso que había para ir de Gipuzkoa a Álava. Era el paso más rápido, aunque hubiera que subir a mil cien metros de altitud. Su vista actual, con la ermita de 1893, puede confundir al visitante que piense en la historia más reciente, ya que guarda vestigios de más de 15.000 años.
Hay muchas leyendas entorno a San Adrian, que poco a poco se están aclarando gracias a las campañas que el Departamento de Arqueología de la Sociedad de Ciencias Aranzadi está realizando en la zona desde el 2008, con la financiación de la Diputación Foral de Gipuzkoa, del Ayuntamiento de Zegama y de la Parzonería General de Gipuzkoa. Desde el comienzo han obtenido importantes resultados que desgranan la historia de este lugar.
Siguiendo la pista de las leyendas se inició un trabajo multidisciplinar con arqueólogos, historiadores, geólogos, botánicos… Su intención era «ver todo el conjunto del túnel, intentar hacer una radiografía del túnel y, sobre todo, intentar saber de todo eso qué es real y qué se podía hacer con ello», comenta Alfredo Moraza, que dirige la excavación junto a Manu Ceberio y Jesus Tapia. Moraza ha centrado su trabajo en la Edad Media, mientras que Ceberio y Tapia se centran más en la arqueología prehistórica.
La labor conjunta aclaró bastante las leyendas, que en parte eran reales. Mapas y documentos certificaron que durante unos mil años hubo un asentamiento en el lugar, a partir de la construcción de un castillo en el siglo X. El túnel es una cueva natural que sirve de paso hacía Álava, que se sitúa en una zona estratégica. Durante muchos años fue casi la única ruta existente, la más rápida, y por ello, no es de extrañar que se utilizara para situar un puesto de control.
Ese primer castillo era del Reino de Pamplona y seguramente ocuparía todo el túnel. Cuando en el siglo XIII Castilla conquista Gipuzkoa, Álava y el Duranguesado, el castillo pasa a manos castellanas y se reconstruye. «Hace una construcción mucho más compleja, con una serie de recintos amurallados y torres en el camino. La frontera con Navarra está a seis kilómetros y se convierte en la punta de lanza de defensa de Castilla hacia Navarra», explica Alfredo Moraza. Además del edificio de la cueva, contaría con edificaciones en la parte de arriba y en los últimos metros del camino. Serían construcciones con una base de piedra, parecido a lo que se ve hoy día, aunque la mayor parte sería de madera, «lo más abundante, lo más barato y fácil de elaborar». Todavía se pueden ver los agujeros donde se situaban las vigas, ya que los edificios tenían varias alturas y ocupaban el ancho de la cueva.
El lugar, además de puesto de control, era como un gran área de abastecimiento. «En su momento si entraríamos al túnel no veríamos la pared, veríamos un pequeño pueblo, con construcciones a la derecha y a la izquierda, y la calzada subiendo en zig-zag», indica. Un lugar donde descansar y comer, y alimentar a los animales, por donde pasaron viajeros de todo tipo, desde reyes y obispos hasta ladrones y viajeros internacionales. Gracias al cuaderno de viaje de muchos de ellos han podido conocer más datos del lugar.
También había una ermita, aunque mucho más pequeña que la que se conoce hoy día. Estaba justo al otro lado de la calzada y entraban unas dos personas. En la pared alisada se intuye todavía el lugar exacto.
A mediados del siglo XVI desapareció el castillo, sin sentido después de la unión de Navarra y Castilla, aunque se mantiene el título honorífico de alcaide de la fortaleza de San Adrian, que hoy día pertenece a los barones de Ezpeleta. Las construcciones siguen y la venta continúa hasta finales de XIX, que poco a poco se abandona cuando se hacen otros caminos más fáciles de transitar, por ejemplo, los de Etxegarate y Arlaban. De la venta se encargaba posiblemente una familia, aunque no hay datos sobre ello. También hubo una dotación de miqueletes, los últimos en abandonar el lugar en 1913, para pasar al edificio que ha servido de refugio hasta hace no muchos años, y por último, a la casa que está al lado de la venta en Otzaurte.
Vestigios milenarios
Pero los vestigios más antiguos no datan del siglo X, como en un principio esperaban. La roca está a más profundidad de la prevista y actualmente los restos encontrados datan de hace unos 15.000 años, de la época paleolítica, justo debajo de las construcciones dentro de la cueva. «En los últimos tres o cuatro años ha habido un nivel de la edad de bronce muy interesante, muy rico, con bastante potencia y ahora estamos en niveles paleolíticos, de transición entre el aziliense y el magdaleniense», explica Moraza.
En esa época, aunque ya había pasado la glaciación, las temperaturas no eran muy altas y la cueva tiene una corriente de aire y agua continua que dificulta imaginárselo como hogar. El grupo de arqueólogos cree que seguramente taparían de alguna forma la entrada de arriba. «Posiblemente tuvieran algún tipo de parapeto, para parar los vientos, aunque nosotros no hemos encontrado restos de ninguna estructura aún, esperamos que sí», comenta Miriam Cubas, miembro del equipo. «En esa época son grupos de cazadores recolectores, posiblemente grupos pequeños que se van desplazando por todo el territorio y que utilizan la cueva para hacer algunas actividades, que todavía no sabemos exactamente muy bien cuáles hasta que no miremos todo el material».
Por ahora, han encontrado silex de diversas procedencias, lo que indica que o bien se movían por la provincia, o tenían trato con otros grupos. «Hay sílex de diferentes colores, blanco, grisáceo, rojizo… Esto quiere decir que proceden de sitios diferentes», explica Manu Ceberio y añade que «con lo que sabemos en cuanto a la distribución de estos materiales es que el sílex de aquí es traído de Urbasa, que se ve desde aquí. Otros vienen de la costa, etc.». Además de sílex han encontrado numerosos restos óseos de animales jóvenes, que indican que fueron cazados en la zona.
El equipo trata todo el material que obtiene. Para ello excavaron en la primera de agosto, tanto en el túnel como en las zonas cercanas, y hasta final de mes limpiaron y estudiaron todo el material obtenido: microrestos de silex, macrorestos vegetales, restos de semillas, frutos, etc.
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